Sofocada
El olor a plástico era asfixiante. Paula no entendía el por qué. La oscuridad cada vez la asustaba más. Su departamento estaba vacío, pero lleno a la vez. Estaba ella acostada en su cama. Sus oídos comenzaron a escuchar pasos. Pasos que se dirigían hacia ella. No podía ver nada. Su corazón empezó a irrigar más sangre de lo normal. El silencio era tal, que el sonido de su corazón hacía retumbar esas paredes llenas de historias inconclusas. Los pasos, a cada segundo, se sentían con mayor intensidad. La boca de Paula estaba reseca y sus ojos perdidos en la oscuridad. Sintió como la puerta comenzó a abrirse. Primero la manija dejó su estado de reposo y empezó a girar en sentido contrario a las manecillas del reloj. Llegó hasta el límite y la puerta inicio su recorrido, dominado por aquellas bisagras que Paula nunca tomó en cuenta y que su sonido, ahora y en la oscuridad y silencio absoluto, se hacía estrepitoso. Paula se dio cuenta que todo su departamento estaba oscuro, porque la puerta no hizo entrar ningún haz de luz, el que tanto deseaba ella. Sus oídos percibieron la entrada de alguien, pero esta vez sin el sonido de pasos andando. Sintió la presencia de alguien, pero ella no podía ver nada. Sus pupilas recorrían cada parte de su habitación sin encontrar nada que le diera un estímulo. En su sien se lograba distinguir una gota de sudor, provocada por el nerviosismo de la situación. Luego un descubrimiento de ella le causó pavor. La oscuridad era total. No podía entender cómo, pero ni siquiera podía distinguir una sombra. Su corazón latió más fuerte y rápido. Se acordó de aquella presencia que había entrado a su habitación. Su cabeza empezó a girarla desesperadamente, buscando a aquel ser entre la oscuridad. Luego un golpe seco, que hizo retumbar toda la habitación, generando un pequeño temblor que asustó más a Paula. Ésta se paralizó. No podía mover ninguna de sus extremidades. Sus pies no reaccionaban a las instrucciones de su cerebro, mientras que su brazos estaban serenos y sin ningún ánimo de moverse. Su cerebro hizo un análisis de aquel sonido para poder ver qué había sido eso. El pensamiento surgió. Había sido un cajón de la cómoda de Paula que se había caído al suelo. La muchacha no entendía por qué aquel ser que conocía hace mucho tiempo estaba haciendo eso, sin dejarse ver. La oscuridad aún continuaba y ella no podía ver nada. Después otro cajón cayó y otro más. Sintió como aquellos fantasmas jugaban con su ropa, ya que escuchó entrar a otro de estos seres inimaginables a su habitación. Sentía la estela de aire que dejaba su ropa al volar sobre ella.
Ella los conocía bastante bien. Aun más, ella había hecho un trato con ellos. Ellos le iban a dar una llave de oro, que la llevaría a un imperio más allá de la realidad, mientras que ella en cambio les iba a permitir quedarse en su departamento. Pero ellos no cumplieron su parte. Desde ese instante que empezaron a hostigar a Paula.
Aquellos fantasmas eran lo más despreciable de este mundo.
Paula estaba inmóvil, mientras los fantasmas hacían su desagradable trabajo. A cada segundo su corazón latía más fuerte y más rápido. No comprendía aún el por qué. Había estado tantas veces con ellos en la misma situación, pero esto tenía algo muy distinto a las demás veces.
Ahora empezó a jadear. Sentía que el aire se le acababa. Mientras los fantasmas destruían todo a su paso, incluso la vida de Paula, ella se movía violentamente sobre su cama, pero sus extremidades no reaccionaban. No entendía el por qué. Su cuerpo no reaccionaba. Su boca inmóvil. Sus ojos mirando al techo. No entendía nada de lo que pasaba a su alrededor.
Luego sintió que algo muy fino se posaba sobre su cuello. Miró hacia la izquierda y luego a la derecha. No vio nada. Nuevamente gotas de sudor surcaron sus sienes. Oyó como los fantasmas se reían y a la vez callaban. Aún no entendía el por qué de esta situación. Después sintió que este hilo fino empezó a aprisionarla, a cada segundo, contra su cama. Su respiración fue cada vez más rápida, junto con sus latidos. Se dio cuenta que si se movía, aquél la aprisionaba aún más. Se quedó quieta finalmente. Empezó a llorar. Se sentía menospreciada. Su dignidad fue aniquilada. Su mente quedó en blanco. La rabia y la desesperación se apoderaron de ella.
En ese momento hubo un silencio sobrenatural. Nada se movía o hacía ruidos en aquella habitación del departamento. La soledad acompañó a Paula. Sintió que a pesar de vivir en esta gran orbe, atestada de personas, se sentía sola. El departamento estaba callado, su boca abierta y el silencio vivo.
La dama negra a la cual teme el hombre todo los días de su vida se hizo presente ante ella. Su corazón latía mucho más rápido de lo que cualquiera se puede imaginar. Su respiración era tan rápida como una estrella cruzando el inmenso mar. Su transpiración era incontrolable. Sus manos temblaban. No sabía lo que tenía frente a ella.
La dama negra se la llevó con ella. La tomó del brazo de una manera muy sutil, la levanto de la cama, la calmó y la llevó muy lejos del departamento y muy lejos de su pasado. Paula se sintió aliviada. Luego de un suspiro, le sonrió.
El silencio se hizo presente aquella noche en ese edificio.
De los fantasmas nunca se supo.
Y el olvido se hizo cargo de Paula y todo lo demás.
Después de un tiempo, Paula fue encontrada en su departamento tirada sobre la cama, con los pies y manos atadas con cinta adhesiva, con una bolsa plástica negra en su cabeza y con un hilo de pescar amarrado fuerte y violentamente sobre su cuello, sofocada.
Fue asesinada, por hombres, sin saber la razón.
Autor: Gonzalo Maruri Velásquez.
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