Visiones Desde La Quietud
Silvia subía a aquel lugar tan extraño una vez más. Todo era de un color plateado, metálico y lleno de gente. Empujada por su madre, caminó un poco más rápido. No entendía el por qué de estos tratos. Luego tomó asiento, junto a su madre y hermano. Ambos hablaban una lengua extraña. No los comprendía, pero tampoco lo necesitaba, pues contaba con su apoyo y cariño. Sensaciones extrañas invadían su mente, Silvia movió su pierna y la puso sobre la otra, haciéndola reposar. Quería intentar hablar en aquel idioma extraño, el cual todos hablaban, pero tras jadeos e intentos, babeó. Luego su madre secó su saliva. La madre no entendía porque su hija no hablaba su idioma, no entendía porque actuaba así, solo la quería...
Desde la quietud de su mente, Silvia observó algo. Era una vaca, a lo lejos, pero ella no lo sabía. Le emocionó el hecho de verla y empezó a hablar como sólo ella sabía hacerlo, por medio de gestos. Pero éstos seguían siendo incomprensibles, como para ella lo era el lenguaje utilizado por todos. Todos a su alrededor la contemplaban, sólo a ella. Algunos con pena, otros con impotencia, otros simplemente indiferentes. Se sentía sola, unica, pero no en el buen sentido. En aquel sentido de que nadie la podría comprender jamas. Nadie nunca lo hizo, ni nadie nunca lo haría.
Tiene recuerdos borrosos de aquel día, el día en que renació, el día en que fue esa persona, destinada a salivar por el resto de sus días...
La señora Carla Rosales acompañó a su hija Silvia fuera del metrotrén, aquel lugar plateado, metálico y lleno de gente. La empujó, dándole a entender que caminara. Su apagada mente lo comprendió, inconsciente, así como lo hace un robot al recibir órdenes. Silvia llegó desde Rancagua hasta Santiago puesto que sufrío un accidente al caerse en la piscina, el cual la dejó sin oxigeno en el cerebro, y que la dejaría sin hablar y con pocas funciones motoras.
Autor: Sebastián González Oróstica.
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